La pintura románica brilló con gran esplendor en los altos valles pirenaicos de la actual provincia de Lérida durante los siglos XII y XIII.
Se realizaba en las paredes y techos de las iglesias con la técnica al fresco (pintar directamente sobre la pared usando el huevo como aglutinante). También encontramos, además de los frescos (y los exponemos aquí) frontales de altar y retablos.
La temática es exclusivamente religiosa, santos, apóstoles, vírgenes y escenas de la vida de Jesús. Todo está ejecutado con tal simplicidad e ingenuidad que resulta encantador.
Se desconoce la perspectiva y ni tan siquiera se pretende un mínimo acercamiento al realismo. Eso nos da un aire infantil y libre de complicaciones, los personajes suelen aparecer de forma frontal, con ojos enormes y muy abiertos. Su importancia varía según su tamaño (cuanto más grandes, más importantes en jerarquía). Aparecen muy marcados los contornos en negro y el relleno de color, muy vivo, es uniforme, sin gradación.
No aparece el paisaje, sólo importan los personajes puesto que se pretende ilustrar al fiel para trasmitirle la Biblia mediante las imágenes. La mayoría de la población era analfabeta y únicamente podían recibir los mensajes a través de simples escenas fácilmente comprensibles.
Las anatomías resultan sorprendentes en su simplificación ya que músculos, miembros y pliegues de la vestimenta están tan abocetados y geometrizados que crean una imagen sencilla y atrayente. Nada de sensualidad ni belleza corporal, eso era delicado de representar teniendo en cuenta que el sexo en la época era tabú y fuente de pecado y condenación eterna.
La mayor parte de las pinturas románicas se basaba en personajes bíblicos junto con los de santos, Ángeles y arcángeles
Asimismo, tiene una doble función: decorativa de interiores de iglesias y didáctica (destinada a enseñar a los fieles).